lunes, 4 de noviembre de 2013

La reina infecunda, María Luisa de Orleáns (1662-1689)


El principal papel que tenían las reinas era el de engendrar herederos sanos que garantizaran la continuidad de la dinastía. Algunas dieron un paso más y se atrevieron a tocar los hilos del poder. Otras ni tan siquiera pudieron cumplir con su principal cometido de ser madres. Muchas no lo tuvieron fácil. María Luisa de Orléans, una hermosa y elegante joven sobrina del Rey Sol, debía concebir un hijo del enfermizo monarca español Carlos II. Fruto de constantes y aberrantes uniones consanguíneas cada vez más cercanas, uno de los defectos que sufría el enclenque hijo de Felipe IV era la incapacidad para engendrar. Lo intentó con dos reinas. Ninguna lo consiguió, terminando con la Casa de Austria en España. Por supuesto nadie culpó públicamente al rey. Fueron ellas las que cargaron con la culpa. 

De Versalles al Alcázar
María Luisa de Orléans nació el 27 de marzo de 1662 en el palacio de Saint-Cloud de París. Hija del duque Felipe de Orleáns y Enriqueta de Inglaterra, era a su vez sobrina de Luis XIV.  María Luisa y su hermana Ana María quedaron huérfanas de madre en 1670. Aunque hacía tiempo que vivían alejadas de sus padres pues, como era costumbre en la corte parisina, los niños eran alejados de sus aristocráticos padres demasiado ocupados en las actividades de palacio. María Luisa pasó gran parte de su niñez con su abuela, Enriqueta María de Francia, Reina de Inglaterra, en su residencia de Colombes.

La pequeña recibió  una exquisita educación de distintas ayas escogidas por sus padres y recibió el cariño de su nodriza, Francisca Nicolasa Duperroy, de la que no se separó desde su tierna infancia.  

Carlos II
Cuando María Luisa visitaba la alegre corte de Versalles, disfrutaba de los juegos y la compañía de su primo el delfín Luis, hijo de Luis XIV, del que se decía estaba enamorado. Pero el esplendor en el que vivió la joven en su Francia natal tuvo que ser pronto sustituido por la sobriedad y encorsetamiento de la corte española. 

Por razones políticas, María Luisa fue la escogida para convertirse en la esposa de Carlos de Austria. El 2 de agosto de 1667 se cerraba el acuerdo matrimonial que había estado negociando el marqués de los Balbases, embajador español. Pasarían aún casi diez años antes de que celebrara la boda por poderes el 31 de agosto de 1679 en el palacio de Fontainebleau.

A todo esto, mientras reyes y políticos decidían el destino de la princesa, María Luisa mostraba públicamente su descontento con la decisión de enviarla a España. Llegó incluso a amenazar con hacerse monja. 

El 3 de noviembre de 1679 llegaba a la frontera del Bidasoa. Días después, el 18 del mismo mes, María Luisa y Carlos se veían las caras por primera vez. Ella, una joven hermosa, saludable, él, enclenque, delgado, enfermizo. 

A principios de año la que sería reina de España, sólo nominalmente, llegaba a Madrid y se instalaba en el Alcázar, un lugar oscuro y sobrio alejado de la alegría y el resplandor de su París natal. 

A pesar de que Carlos amó a su esposa desde el primer momento y ella llegó a sentir por el último Austria un afecto sincero, María Luisa tuvo que adaptarse a una corte encorsetada, seria, rígida en la que, además, todo lo francés no estaba para nada bien visto. 

El heredero que nunca llegó
A la inadaptación de la reina se sumaron los problemas para consumar el matrimonio y conseguir engendrar un heredero. Los anuncios de posibles embarazos eran pronto desmentidos y, ante la desesperación del pueblo, la corte y el rey, se llegó incluso a insinuar que la reina se provocaba abortos. 

Mientras en el Alcázar, María Luisa intentaba sobrellevar años de infecundidad y aislamiento personal, las grandes potencias europeas se encontraban en constante tensión. A esto se añadía un gobierno, el español, que iba cada día de mal en peor. Los conflictos internacionales llegaron incluso a hacer pensar a su tío el rey Sol que su sobrina corría el peligro de ser envenenada. Y mientras tanto, Carlos seguía sufriendo un deterioro físico cada vez más evidente. 

La muerte de la reina
María Luisa de Orleans fallecía el 12 de febrero de 1689. Diez años había pasado en España. Diez años que no habían servido para cumplir con su cometido. De quien fuera culpa, la voz popular y cortesana se encargó de asignársela a ella, el tiempo la haría recaer en él. El hecho de que María Luisa enfermara en poco tiempo avivó las llamas de la conspiración y un supuesto asesinato. Aunque también es cierto que la reina tenía una vida desordenada y hacía muchos excesos en el comer y en la ingesta de brebajes curativos de dudosa efectividad. 


Años después, Europa se vería ahogada por la sombra de la guerra por causa de España. Carlos II se había vuelto a casar, con una recia Mariana de Neoburgo, a la que tampoco consiguió fecundar. España se quedaba sin rey y las demás potencias europeas lucharon a muerte por llevarse un pedazo del gran pastel que suponía aquella sombra de un imperio que había brillado con esplendor.

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