sábado, 2 de noviembre de 2013

Santa Clara de Asís (1194-1253)

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Lo tenía todo para ser vivir una vida plena de lujos y comodidades. Pero la joven Clara Offreduccio tomó un camino más complejo. Lo dejó todo, absolutamente todo para vivir en la pobreza más cruda deeste mundo. Fue, sin embargo, una de las mujeres más ricas de espíritu de su época y de todos los tiempos. Su determinación la llevó a ser la primera mujer que consiguió la aprovación de su propia regla monacal; para ello luchó toda su vida y sólo un día antes de morir conseguía una bula del Papa Inocencio IV que aceptaría las nuevas normas de las monjas de San Damián y el conocido comoPrivilegio de la pobreza.

Una vida regalada
Clara había nacido en el seno de una de las familias más nobles y ricas de la ciudad italiana de Asís. La fecha exacta de su nacimiento no está certificada pero podría haber sido el 16 de julio de 1193 o 1194. Nunca le faltó de nada. Las comidas en casa de los Offreduccio eran siempre abundantes, los vestidos que lucían ella y sus hermanas eran de los más bellos y mejor confeccionados de la ciudad. Y probablemente se iba a casar con algún noble tan rico como ella que afianzara esa vida regalada. Una vida que no parece ser que fuera acorde con los sentimientos de la joven. Desde bien pequeña mostró una piedad extrema hasta el punto de llevar un pequeño cilicio debajo de la ropa y ayunar constantemente en beneficio de los pobres a quienes daba sus alimentos.

Durante toda su infancia recibió una exquisita formación como se demostraría posteriormente con su conocimiento del latín y su excelente escritura. Pero también su aprendizaje iba destinado al de ser una gran dueña de su casa. En la Edad Media, las mujeres nobles eran una espléndidas directoras y organizadoras de lo que podríamos llamar la pequeña empera del hogar. La gestión y coordinación de sirvientes, comidas, y todo lo necesario para el perfecto funcionamiento de una casa noble recaían sobre la mujer mientras los caballeros pasaban mucho tiempo fuera en continuas guerras.

Este aprendizaje de la buena ama de casa angustió a Clara pues sabía en el fondo de su corazón que ella no iba a casarse en contra de la voluntad de su familia. No tenía muy claro qué sería de su vida y su futuro pero si tenía claro lo que no quería ser.

Francisco iluminó su destino
Hasta que llegó Francisco. Un joven mayor que ella, hijo de uno de los mercaderes de telas más próspero de la ciudad, dejó su vida disoluta de fiestas y juergas nocturnas para dedicarse a la vida en religión pero de un modo muy original. El fundador de los Hermanos Menores decidió desprenderse de todos los bienes mundanos y eligió vivir una vida de extrema pobreza.

Fue un escándalo pero extraordinariamente muchos jóvenes le siguieron y consiguió el apoyo del Obispo de la ciudad y después del mismísimo Papa. Clara observó atenta los pasos de Francisco mientras oía de fondo las voces críticas y de burla de muchos que no entendían su elección.

Tras varios encuentros con Francisco, Clara vio definitivamente que su vida estaba ahí. Iba a ser el alter ego femenino de Francisco.

Una huida valiente
Tras mucho meditarlo, finalmente Clara decidió que su vida en la casa familiar ya no tenía sentido y quizás presionada por un posible compromiso matrimonial, pues ya tenía más que edad para casarse, y planeó su huida. Era la noche del Domingo de Ramos de 1212. Aquel día se había celebrado en la catedral de San Rufino de Asís una de las celebraciones más importantes para las jóvenes casaderas de la ciudad. Era una tradición ancestral que las chicas en edad de contraer matrimonio recibieran de manos del obispo una simbólica palma. Clara dedía recogerla junto con las demás pero se quedó clavada en su banco incapaz de moverse. Ella no podía recibir aquello que significaba un futuro como esposa. Punto de todas las miradas, vio como el obispo se acercaba hacia ella y le daba de su propia mano aquella palma que para ella significaba algo totalmente distinto de las demás y parece ser que el religioso lo sabía.

Pasada la celebración, por la noche, consiguió llegar hasta San Damiano, cuna de los Hermanos Menores, donde, ayudada por Francisco y sus primeros seguidores, se desprendió de los bienes de este mundo y asumió el hábito franciscano. Moría Clara Offreduccio y nacía Sor Clara. 

San Damián
Una vida llena de milagros incluso antes de nacer
Los milagros atribuidos a Clara son muchos. La mayoría de ella quedaron recogidos en las actas del proceso de canonización que se inició poco después de su muerte. Pero la vida de Clara ya estaba marcada con el signo extraordinario de la santidad incluso antes de su nacimiento. Poco antes de nacer su hija, la noble Hortolana se encontraba rezando en su capilla cuando oyó una voz que le anunciaba la llegada de una niña que sería la luz que debía iluminar el mundo. Ante esta revelación, Hortolana cambió el nombre de Catalina por el poco común de Clara.

A partir de ahí, Clara sería hacedora de múltiples milagros. Muchos fueron la cura de enfermos, pero uno de los más llamativos sin duda fue la expulsión de los sarracenos en 1241 que llegaron a franquear los muros del monasterio antes de intentar entrar en la ciudad. Cuenta la historia que a pesar de estar gravemente enferma, se levantó y con la custodia en la mano se mostró ante los enemigos que huyeron despavoridos.

Un ejemplo que dura ocho siglos
El continuo trabajo, tesón y creencia firme en sus ideas llevó a Clara a luchar toda su vida por conseguir una aceptación oficial de su Privilegio de pobreza y de sus propias normas recogidas en la que sería la primera redactada por una mujer y aprovada por el mismísimo Papa. Después de una vida de renuncia, sacrificio y amor a sus hermanas, en el lecho de muerte recibió el gran regalo de ver convertida en realidad esa orden por la que luchó toda su vida. Clara moría el 11 de agosto de 1253.

El ejemplo de Clara ha sido válido durante más de ocho siglos consiguiendo a lo largo de los años convertir a su orden en una de las más extendidas por el mundo. En más de mil conventos repartidos por los cinco continentes viven casi veinte mil monjas clarisas que trabajan día a día por tener una existencia digna de su valiente y tenaz fundadora, Santa Clara.

Cuerpo de Santa Clara en la basílica de Asís que lleva su nombre


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