domingo, 20 de octubre de 2013

Juana la Loca (1479-1555)

La mirada de la loca: Juana I de Castilla (1479-1555)

Muchos reyes y reinas han pasado a la historia con apodos más o menos afortunados. El de la reina Juana, impuesto por el pueblo llano, es quizás uno de los más injustos. Pues muy probablemente no estuviera loca.

Su familia
Juana era hija de los Reyes Católicos. Nació el 6 de noviembre en 1479 en Toledo. Antes que ella habían nacido Isabel y Juan, por lo que nada hacía prever que terminaría heredando la múltiple corona de sus padres. Juana iba a ser junto con sus hermanas Isabel, Catalina y María y su hermano Juan un peón más en aquel gran ajedrez que era la Europa floreciente de finales del siglo XV.

Ella y Juan participaron en el sistema elaborado por el emperador Maximiliano, llamado de los “matrimonios cruzados”1. Juana se casaría con Felipe, conocido como el Hermoso, a la vez que su hermano Juan se casaba con Margarita de Austria. Isabel se había casado anteriormente con Manuel de Portugal al que llamaban el Afortunado. Este se casaría de nuevo tras enviudar de Isabel con su hermana pequeña María. Por último, la pequeña Catalina, hija póstuma de Felipe, quien llegaría a ser reina de Portugal.

Su herencia
Felipe el Hermoso y Juana
Su matrimonio, y la muerte de hasta cuatro miembros de su familia situados por encima de ella en la línea sucesoria hicieron que Juana y Felipe aglutinaran una enorme herencia territorial que recibiría porteriormente su hijo Carlos.

Primero fue su hermano Juan. Un joven enfermizo al que, según decían las malas lenguas, murió de amor. De hecho, a pesar de las advertencias de su madre, la continuada actividad conyugal parece ser que dejó mortalmente exhausto al débil príncipe heredero. La reina Isabel no perdió la esperanza, pues la princesa Margarita estaba embarazada. Alegría que duró poco pues lo que nació prematuramente fue un bebé muerto.

Poco después moría su hermana mayor Isabel tras dar a luz a Miguel, la nueva esperanza de la reina católica. Además, este nuevo heredero podía conseguir la unión de todas las coronas de la Península Ibérica. Pero el sueño de nuevo de desvaneció pronto. No pasó de tener unos días de vida. Ahora le tocaba el turno a Juana, algo que ni a Isabel ni a Fernando agradaba en demasía.

Su amor
En efecto, a pesar de su refinada educación, los sentimientos que se desataron al conocer a su marido hicieron de Juana una desdichada esposa celosa hasta la desesperación que puso en entredicho la impecable imagen de sus progenitores. Su marido no quiso renunciar a su vida disipada y disoluta que mantenía en la corte de Flandes; algo que Juana no pudo soportar. La actitud más que cercana con las damas de su entorno hicieron protagonizar a Juana episodios tan patéticos como cortar la larga melena de una cortesana o irrumpir en medio de un baile a voz en grito sin importarle la etiqueta ni el protocolo ni el rango que ostentada de Archiduquesa de Flandes y futura reina de España.
La prematura muerte de Felipe no mejoró esta situación. Durante muchos años acarreó con su cadáver allá a dónde iba y obligaba a su séquito a abrir el ataúd cada dos por tres para asegurarse de que seguía ahí, que ninguna otra mujer se lo había llevado.


Juana custodiando el féretro de su marido


Su reclusión
Primero su esposo consiguió apartarla del poder. Felipe no iba a ser un simple príncipe consorte y los continuos escándalos públicos provocados por sus celos le pusieron en bandeja el gobierno de Castilla; gobierno que duraría poco, pues dos años después de recibir la corona castellana, Felipe moría. A la muerte de su padre Fernando en 1516 tampoco se le permitió reinar en Aragón; en su testamento, el rey católico confirmó el pésimo estado mental de su hija apartándola de nuevo del poder. El golpe de gracia lo daría su propio hijo. Carlos gobernó los territorios heredados de los Reyes Católicos como verdadero rey mientras la reina legítima agonizaba de cuerpo y mente en un triste castillo en Tordesillas.

Su locura
Manipulada en sus más profundos sentimientos por su marido, usada cual títere por su padre y después por su hijo, no es de extrañar que Juana no consiguiera superar toda aquella presión y manipulación psicológica. En la supuesta locura de Juana se mezclan sus más íntimos sentimientos y su vida privada con la razón de estado.

A pesar de tener una gran cultura, Juana no heredó ni la habilidad maquiavélica de su padre ni la frialdad calculadora de su madre. Era, en definitiva, alguien que no estaba precisamente en el lugar adecuado ni en el momento preciso; molestaba a aquellos tres reyes y cada uno a su modo tuvo la frialdad de certificar ante la historia que su esposa, hija y madre estaba loca. Fue un modo fácil de sacarse de en medio a una reina sin perpetrar un magnicidio. A pesar de ello, Juana vivió toda su larga vida sabiendo quién era ella. Hasta el último momento firmó todos sus documentos como “Yo, la reina”. Murió el 12 de abril de 1555 en su reclusión de Tordesillas. 

Su mirada
En los retratos que podemos observar de Juana se nos muestra a una joven esbelta, con sus largos y negros cabellos, hermosa. Pero en la mayoría de ellos llama la atención la mirada. Una mirada distante, taciturna, triste. Incluso en el retrato hecho con ocasión de sus esponsales con Felipe no se nos muestra precisamente a una novia radiante y feliz. Pero no era la mirada de alguien que ha perdido el juicio. En sus cuadros vemos la pesadumbre y melancolía que sufrió Juana a lo largo de su vida.

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